lunes, 25 de septiembre de 2023

La muerte, mi muerte

Mi propia muerte, mi propio final. De todas las cosas hasta ahora dichas, es esta la más cierta. No sabemos qué pasará con nuestra especie, la especie puede durar millones de años. Pero mi vida individual no. Al menos no por ahora. Mi muerte es algo que sin duda la ciencia tendría como algo muy probable. Es un hecho cierto. Y si creemos que después de la muerte no hay nada, no pervivimos, esto también tiene un impacto similar al descrito en otras partes cuando hablábamos de la especie. Puede venir una actitud de: lo mismo da. O una de: pásala bien, igual te vas a morir. O bien: desarróllate al máximo porque esta es la única vida. Cada una de estas actitudes revela nuestro temperamento, valores, temores y define también cómo nos comportamos en el día a día.

La mayoría de la gente no cree que la muerte sea el final. Por supuesto, para ella, el cuerpo muere y uno continua en otra parte, en otro tipo de existencia: el alma. El alma inmortal no es más que un mito, la ilusión de una existencia individual eterna y continua. La conciencia de la muerte, sin embargo, no puede surgir si uno mantiene esas creencias. La perspectiva respecto de mi muerte solo se hace plena cuando entiendo la finitud de mi existencia: que esta es mi única vida y no hay más. 

A pesar de mi finitud, puedo llegar a contemplar la totalidad y verme a mí mismo dentro de ella. Me descubro, entonces, como uno más entre millones, un producto de la historia humana, que vive en un momento determinado de ella, que ocupa un lugar en la red de relaciones sociales desempeñando allí distintos roles y funciones; un individuo que no es nada en comparación con la duración de la especie y que entiende también que la especie y la vida no son nada en comparación con el universo. Soy, pues, una cosa insignificante que vive como si no lo fuera. Soy un ser ínfimo y, aunque ser consciente de eso me afecta, tengo que elegir si vivir o morir; si vivir, cómo… Si elijo vivir he de aceptar quién soy, mi circunstancia y vérmelas con el mundo. 

Muchos aspectos de esa circunstancia, a estas alturas de mi vida, están ya definidas: mi rol social, mis vínculos afectivos, mis creencias y valores. Cumplo con los imperativos de la vida cuando decido vivir y vivo según mi tiempo y según los logros de mi especie en este momento. En mi caso: la ciencia, la tecnología, el mundo globalizado, la conciencia ambiental, etc. Pero también los cumpliría si viviera en la selva o en la llanura, cazando, recolectando, andando con mi tribu de un lugar a otro, evitando todo contacto con otros miembros de la especie, creyendo mitos y leyendas. Ambas son formas de vivir y sobrevivir en este mundo. 

Si me olvido de mi finitud y me abandono al impulso vital, no me veo ya mí mismo como un ser irrelevante o intrascendente. Esto es así porque si no le doy valor a lo que soy, a lo que me pasa, si no me creo el centro del universo, no soy vida. Si no creo que otros son importantes y que sus acciones y las mías tienen trascendencia, no soy vida. Supóngase que todos consideramos morir al descubrir que nada de lo que hacemos nos salvará de tener un final. No duraríamos mucho tiempo. Se daría la extinción de la humanidad antes de que pudiéramos darnos cuenta. Eso no ocurre, sin embargo, porque creemos que somos importantes, que valemos, que lo que hacemos tiene un significado. Es la ficción creada por nuestro cerebro para que cumplamos con los imperativos, una ficción que también toma la forma de la religión o de la ética cuando prohíbe el suicidio y todo aquello que podría llevarnos a acabar con nuestra existencia.

Si acepto vivir, el que sea consciente de la totalidad y de mi finitud no tiene ninguna importancia. Ya estoy vivo y debo vérmelas con el aquí y el ahora. La especie, por muy real que sea, es, para quien está imbuido en el acto de vivir, es un concepto abstracto y lejano. Si elijo vivir termino dándole valor a mi vida, a lo que soy y a lo que hago; dejo de contemplar la especie y mi aporte a ella; empiezo a vivir en lo inmediato, en el presente. Y así, sumido en esa ignorancia, en esa ceguera con respecto del espacio y el tiempo, termino cumpliendo con los designios que me fuerzo a ignorar o que soy incapaz de ver: aportando a la especie y formando parte del ciclo que de la totalidad.